TEMAS: QUILTROS



Echan el pedigrí encima, salvo pastores y labradores que no se esfuerzan nada para ser distinguidos. Tampoco me agradan aquellos que lucen peinados ridículos (aunque no sea su responsabilidad) y menos esos perros minúsculos que acostumbran a esconderse detrás de las faldas de sus dueñas, porque la mayoría de estos perros pichiruches son además histéricos y chillones, y su ladrido agudo, más que atemorizar o pretender hablarnos, enferma los nervios. Los perros que sí me gustan siempre, aunque sean chicos y aparentemente insignificantes, son los quiltros. Sin libreta de familia, ojalá de la calle, dispuestos a retribuir con generosidad extrema el gesto básico de darles protección y alimento.

La belleza de los quiltros radica en su capacidad infinita para vivir de un modo sencillo: salvo que la vida o algún salvaje los haya convertido en unos animales agresivos sin remedio, los quiltros son tremendamente receptivos al cariño y especialmente inteligentes, porque han tenido que sobrevivir -pienso en los que viven en grandes ciudades- sorteando la adversidad de cada día y adaptándose con magistral juego de cintura -por ejemplo- a cruzar la calle y no morir en el intento.

En la película Historias mínimas, uno de los protagonistas, un hombre viejo, viudo y solitario, sale a recorrer la Patagonia argentina con lo puesto porque alguien le dice que su quiltro querido, el Malacara, que se había perdido hacía tres años, fue divisado en el pueblo de San Julián. El Malacara era un perro petiso, café, de cola larga, bien quiltro y polvoriento, y el viejo revive cuando se ilusiona con volver a encontrarlo.

Entre gente que se cree importante, el quiltro en cambio es sinónimo de poca cosa. Famosa fue la intervención del político derechista Sergio Onofre Jarpa en el debate televisivo Parlamento 73 durante el último año de la Unidad Popular, cuando los ánimos nacionales estaban muy caldeados. Hubo un momento del programa en que Jarpa discutía con otro pez gordo de la política y Aníbal Palma, ministro radical de Allende, quiso meter la cuchara. Jarpa, que siempre fue autoritario para sus cosas, lo hizo callar de manera poco elegante: "Usted no se meta", le dijo: "Esta es pelea de perros grandes, no de quiltros".

A veces los quiltros se llaman Tarzán y son enclenques y asustadizos. Otras veces su nombre los refleja. El primero con el que tuve relación se llamaba León, y era de unos primos míos. Le tenía miedo: era grandote, cruza de policial y quiltro, y le ladraba a todo lo que se movía al otro lado de la reja. Nunca me relajé completamente con él, a pesar de que jamás me hizo un rasguño. Murió viejo y enfermo sin renunciar al rudo y arriesgado oficio de guardián.

Los quiltros suelen tener barrio y astucia. Pero a veces están tan disminuidos que la presencia humana los aterroriza. Esta mañana con la Solcita divisamos por segundo día consecutivo a uno de color beige y rostro amable en una bomba de bencina. Flaco y temeroso, le costó mucho acercarse a recoger una medialuna que le dejamos en el suelo. Finalmente la tomó como si fuera un trofeo y se paseó por la bomba cinco minutos con ella en el hocico, exhibiéndola.

Hay gente ridícula a la que le gusta ostentar autos de marca y perros de raza. Los exhiben como si eso les diera un estatus especial. A mí me gustan los que viven junto a su quiltro puertas adentro, cuidándolos y dejándose cuidar por ellos. Como Godofredo Stutzin. El viejo y querido Godofredo, en su parcela de El Arrayán, ha recogido a lo largo de su vida a cuanto perro necesitado se cruzó en su camino. Cómo los quiere, los cuida y los respeta. Ha bautizado y enterrado a decenas de ellos. Pienso en él, y en otros ciudadanos más empobrecidos que Stutzin que viajan por la ciudad arriba de triciclos y carretones acompañándose de un quiltro. Es otra postal de una misma ciudad, Santiago.

* Francisco Mouat abre un nuevo ciclo de
su taller literario en agosto de 2010. Informaciones en franciscomouat@gmail.com



Francisco Mouat.

Revista de El Mercurio de Santiago

No hay comentarios: