UNA FELIZ E INCREIBLE HISTORIA

BOGOTA - COLOMBIA.


Quizá lo pateaban, o lo usaban para otros robos en los 29 días que estuvo raptado. Está tan nervioso, desconfiado, agresivo desde su regreso a casa. Ha sido imposible llevarlo al veterinario o la peluquería canina. Gruñe y le enseña los dientes a cualquiera que se le acerca, menos a Soraya Giha Amashta. Ella no recuperó el anillo de oro, el computador portátil, la cámara o los tennis que le hurtó su empleada de servicio doméstico. Pero hoy, Blondie le lame la oreja de nuevo. Su vida vuelve a estar completa.

Por 9 años Blondie ha acompañado cada mañana de Soraya, mientras sus hijos Ricardo José y Sofía están en el colegio, y su esposo, el ginecólogo Ricardo Hernández, atiende pacientes.

No había razones para sospechar de Norellys Corzo, una empleada embarazada, que llevaba 3 semanas haciendo los oficios de la casa; antes había trabajado 3 meses con ella, y era recomendada de una cuñada con la que trabajó 2 años. Cuando Soraya, 45 años, regresó de reclamar los boletines de notas del colegio de sus hijos, el portero del conjunto de casas de la carrera 57 con calle 94 -122 le dijo que Norellys había salido a pasear a Blondie y botar la basura. Lo que llevaba en la bolsa negra está avaluado en $5 millones. “Pasaba desde que me levantaba hasta que dormía llorando”, Soraya los buscó por todos lados. Incluso digitó el número de cédula de Norellys en la página Web de la Registraduría y le montó vigilancia al sitio donde le tocaba votar el día de las elecciones.

Hace dos semanas un agente de Policía tocó a su puerta. Un agente del CAI del barrio Limón vio un perro que coincidía con la descripción del la noticia publicada en EL HERALDO el sábado 26 de junio. “Se acordó del nombre y lo llamó. Blondie corrió y le movió la cola”, como feliz por encontrarse con alguien que lo reconocía. Cuando Soraya fue a recogerlo al CAI, el perro estaba temblando, y se orinó.

“Esa emoción cuando lo vi. Ha sido mi primer perro, y no vuelvo a tener. Uno se encariña demasiado. Esa soledad que sentía. Me preguntaba ¿por qué, si tengo mi familia? Es como otro hijo”, dice Soraya.

Los agentes lo vieron sucio, divagando por la carrera 4 con calle 35. Las autoridades presumen que se le escapó a su captora, quien siempre se había mostrado encariñada con él, “al menos no lo votó”.

Blondie es raza bichón frisé. Desde que volvió se la pasa metido debajo de las camas, y no sale con nadie más que no sea Soraya. Llegó un poco resentido. “Los primeros días no me quería hablar”. ¿Cómo así? “Lo llamaba por el nombre y no me prestaba atención. Me daba vuelta y me le ponía de frente, y me volteaba la cara”.

Con una gran sonrisa, Soraya relata que incluso le reclamaba. “Mordía el brazo como apretando, como diciendo ¿por qué me regalaste?”. “Es súper inteligente. Lo saco a la calle sin correa. No hay que pegarle, uno lo regaña y aprende. Se le graban las cosas más que a un niño”, añade su esposo Ricardo.

Cargado sobre las piernas, entre caricias que lo despeinan, los ojos almendrados de Blondie se mueven inquietos, temerosos; miran con una expresión consentida, casi infantil, que lo hace ver capaz de hacer todo eso y más. Aunque en realidad, con 9 años, en edad canina es más bien como un cincuentón. No se descarta que se haya vuelto un cascarrabias.

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