Opinión: Otra de toros


La Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados ha considerado oportuno calificar a la fiesta de los toros de Patrimonio  Cultural, y cuando tan alto y ponderado organismo así lo ha hecho, seguro que es una decisión acertada. No han logrado con ello, sin embargo, contentar a los que procuraban que dicha fiesta ostentara la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC), como pretendían las 590.000 firmas presentadas en una Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Esto supone que en Cataluña, y no sé si en alguna otra región de España, seguirán prohibidos los toros, por el momento. Algunos de mis amables lectores han hecho apostillas a mis anteriores artículos sobre la materia, en el sentido de que tan artística, tradicional y españolísima fiesta no hace daño a nadie. El que quiera asistir al festejo que lo haga y el que no, que opte por otro tipo de diversión, dicen.

No puedo negar lo acertado del argumento a no ser porque no contempla el punto de vista de uno de los principales protagonistas del evento: el toro. Hicieranlo así y no podría estar más de acuerdo con él.

Atormentar a un animal en público, ante la mirada de una masa rugiente de espectadores que contemplan con deleite la agonía del astado y el riesgo mortal del torero, no sé si contribuye a enriquecer el espíritu artístico de la masa o a exacerbar sus instintos más crueles. Díganlo los partidarios del toreo.

Cierto que, durante muchos años (y en algunos casos hasta hoy mismo), se han autorizado espectáculos de similar crueldad de luchas entre animales, entre hombres o entre ambos, lo cual no dice mucho –a mi parecer- de la categoría ética de algunas comunidades humanas. De igual forma se podría argumentar sobre el tormento de esas bestias en plazas, vegas y calles de muchas ciudades y pueblos españoles cuando llega la época de fiestas. Las diversas modalidades de refinada tortura se exhiben como patrimonio “cultural” del pueblo o la localidad en una cruel paradoja.

No soy partidario de las prohibiciones por decreto, ni siquiera en un caso como este, pero sí de estudiar detenidamente el asunto e, intentando un acuerdo lo más amplio posible, adoptar las medidas que puedan contentar a una amplia mayoría.

Por lo que se refiere a la exclusiva utilidad del toro de lidia para esa función, quizás sería posible modificar “la fiesta”, como ya se hace en otros países, eximiéndola de la parte sangrienta y atormentadora que para el animal tiene. Si el torero quiere arriesgarse a morir empitonado como tantos de sus antecesores, es cosa sujeta a su libre albedrío.

Todo sería cuestión de estudiarlo desapasionadamente y modificar el espectáculo de acuerdo con los parámetros que la sensibilidad de los tiempos actuales exige. Creo que, como ya he manifestado en alguna ocasión, ello podría representar un avance para nuestra sociedad antes que un retroceso.
 
 
F.VegaMedia.Press.com

No hay comentarios: