Buenos Aires - Argentina.
Angeles Lopez
Las noticias conmovedoras, por definición, movilizan. Se convierten en tapas de los diarios, en fotos de blog, en foros en Facebook, en minicomentarios en Twitter y hasta salen en las tapas de los diarios.El callejero Benet jamás se imaginará cuánta gente le deseó suerte, lo animó, lo incentivó, juró venganza en su nombre y lo inmortalizó a través de las notas de 24CON. Obvio. El perro no lo podrá saber jamás por dos razones: la primera por su pertenencia al reino animal, que lo inhibe de saber leer. Y la segunda porque quedó ciego, producto del actuar de un desquiciado que, ofuscado porque Benet había descargado su instinto sexual en su perra, le tiró nafta, lo incendió y se fue a dormir. A duras penas, gracias al socorro de unos vecinos, el perro está recuperándose en una veterinaria. El agresor tuvo su repudio masivo, con pintadas en su casa incluidas e insultos tan furibundos que opacarían al mismísimo Hitler.En La Plata, otro ser pero de otra especie (la humana), llamado “Alan”, sufrió un ataque similar al de Benet. Un adolescente con los ojos vidriosos por el combustible que estaba aspirando, le tiró en la cara parte de su adicción, tomó un encendedor y le prendió fuego. El niño ardió, literalmente, en la esquina de su casa. Gritaba: “Mamá me quemo, mamá me quemo” mientras El Ángel (inmerecido apodo de su agresor) se retiraba de la escena sin largar humo.La noticia, impactante, también fue tapa de los diarios. Por mas que el lector esté acostumbrado a niveles de violencia altos, de tantos golpes mediáticos que recibe cotidianamente, la noticia es fuerte: dos adolescentes de menos de 15 años, quemados por la nafta (uno porque la inhala, otro porque se la tiraron en forma de fuego), se agreden con brutalidad y saña sólo porque odian el mundo en el que viven.La indiferencia con la que la sociedad tomó la nota también impactó.No hubo movilizaciones ni pintadas a la casa del pirómano.No hubo foros en Facebook que reclamaran por la justicia y la integridad del niño quemado.Nadie se rasgó las vestiduras, ni gritó su impotencia ni se desangró frente a la noticia como hicieron con la del perro.La gente –tan convulsionada, incoherente hasta exasperantemente cínica en la nota del perro ardido- no le dejó un solo comentario a favor de su recuperación.Raras reacciones de una sociedad que cuesta comprender.El perro tuvo su dolor, pero también su redención. Si pudiera mensurar el impacto que produjo en los lectores de todo el mundo, se sentiría más querido que Beethoven, el perro con cara de tonto que emocionó en la pantalla grande. Alan no puede decir lo mismo. Su cuerpo, quemado al 30 por ciento, trata de regenerarse en un hospital de La Plata. Sabe que tendrá heridas que no cicatrizarán jamás, sobre todo las de la entrepierna, donde recibió la mayor cantidad de quemaduras.Salvo su familia, nadie lo acompaña en esa cruzada. Nadie le deseó suerte, le pidió coraje, lo animó con palabras de aliento.Alan no conoció la otra cara de la desgracia. El solo pensarlo da temor, pero la realidad no se anda con rodeos. De tanto repetirlo, por ahí se cumplió el vaticinio popular. Y se hizo evidente una sentencia descabellada: “mientras más se conoce a la gente, más se quiere al perro”.Habrá llegado el momento, entonces, de aprender a ladrar.
Direccion 24CON
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